domingo, 9 de febrero de 2014

La brecha

Circunstancias externas dolorosas ajenas a mi control propiciaron la aparición de la brecha. Mi mente se quedó en blanco, mi cuerpo, paralizado; la mirada fija en un horizonte tan inexistente como infinito. El mundo había sido rasgado por un cuchillo invisible de acontecimientos fortuitos a los que jamás encontraríamos explicación. La dulce brisa se transformó en un pequeño remolino enérgico de aire que me zarandeó y abofeteó. Volví a pensar. Llevé una mano hacia el rostro escocido y me olvidé de mi parálisis corporal con un movimiento lento y desentumecedor. Cierto brillo brotó en mis ojos y, después de pensarlo concienzudamente, me encaminé hacia la brecha. El mundo se había abierto para mí y, una vez dentro de la brecha, quise agradecérselo como mejor pude. Limpié la zona, quité lo superfluo y dejé lo necesario, pero, a pesar de todo, algo faltaba, se notaba el vacío y cierto frío insulso. Estuve pensando varios días. Después del trabajo acudía a la brecha e intentaba resolver el enigma que me acechaba. Comencé a sonreír cada vez que entraba en la brecha. Todo lo feliz del día lo dejaba descansar allí. Cada día un poco de mi amor se quedaba en la brecha que, con el tiempo, se hacía más y más acogedora. La brecha adquirió una luz propia, incluso cierta exclusiva musicalidad y, por qué no decirlo, un olor tan peculiar como atrayente. Un día llegué tan cansado que me dormí en la brecha. Soy la brecha del amor, de tu amor, y te pertenezco. Me desperté. Decidí quedarme. Y sigo en la brecha, en la brecha del amor.

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