En una nube de rosas vivía flotando, haciendo rimas amorosas cuando apareció el dragón desesperado. Otras veces me había enfrentado a él, pero en diferentes formas. Porque el dragón puede estar en cualquiera, igual que el amor, sólo hay que frotar las dos piedras que harán que surja la chispa del comienzo de todo, dependiendo de qué piedras se hayan elegido. Pero el dragón no sabe que yo tengo las dos piedras mágicas del San Jorge que hay en mí y que, sus palabras, sus insultos, escupidos con alta dosis de rabia, serán la chispa de mi principio y su fin, que, aunque nunca las haya frotado, hoy ha llegado el día, y no habrá nadie que me hunda con su pedantería, con sus malas artes en la vida, con sus mentiras.
Llegó el dragón y, tras unos abrazos, empezó su sermón, su puesta en escena, su conversación, supuestamente aleccionadora, le puso nervioso y, ahora, ataca con más violencia, gestos duros, manos que acechan, arrebato repentino, empujones, un ataque vigoroso, en apariencia, pero sin intensidad ni fuerza, a fogonazos desesperados, las últimas convulsiones de un ser perdido en su propia mentira, vividor de un mundo irreal que, más que fantástico, resulta ser bastante dramático.
Este texto es para ti dragón, que no dejas de ser mi hermano.
1 comentario:
el dragón es un periquito... pon un poquito de lechuga entre sus rejas y un esqueleto de sepia (así tendra donde afilar su pico), ¡ni se te ocurra meterle un espejo en la jaula!
y mil piedras mágicas de ice cubeeee!
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