
Cualquier cosa puede ser interesante, eso depende de cada uno. Y en un acto de humildad en el que apenas me reconozco, bajaré un escalón más, y adoptaré todo aquello que me suene interesante, para moldearlo con mi intelecto, transmitirlo con mis dedos en pleno tecleteo, donde un sonido maquinal se transforma en fenomenal, y ahí es donde lo interesante empieza a sonar, y la música de la comunicación fluye y se expande, generando un baile vital del que todos formamos parte.
martes, 23 de septiembre de 2014
Güiguay
Estoy en una estación de trenes, en Madrid, por ejemplo, esperando que me lleven a casa después de unos relajantes días de buena comida, museos y paseos, después de haberme olvidado de ir con prisas, ralentizándome para el mundo, anclándome en el presente y observándolo con la atención que se merece, toda. Mientras leo un libro de entrevistas a escritores adquirido en la pequeña tienda de la Biblioteca Nacional, el detonante de esta historia, una niña de año o año y poco, pasa delante mío absorbida en su propio mundo. Va empujando un carrito de bebé de juguete mientras su abuela intenta inmortalizar el momento con su móvil. Me fijo en la niña y, sin querer, salgo catapultado a mi mundo infantil, y una palabra de mi propia cosecha, inventada más o menos cuando tenía la edad de esa niña detonante, aparece en mi mente en forma de rótulo luminoso de colores y parpadeante: GÜIGUAY. Desde muy pequeño me gustó escuchar música. Mis hermanos mayores tenían dos tocadiscos de maleta que, prácticamente, estaban todo el día enchufados. Son las cosas de ser familia numerosa. Al poco tiempo de cumplir el año, no sé si debido a alguna canción escuchada repetidas veces, mi pequeño cerebro de niño bautizó al tocadiscos como güiguay. Cada vez que quería escuchar música golpeaba con cariño las piernas de mi hermana mayor diciendo güiguay, güiguay. ¿Quieres que ponga música?, decía mi hermana, y yo asentía con la cabeza. A los pocos día del nacimiento de la nueva palabra, nadie en mi familia utilizaba la palabra tocadiscos porque la invención de un niño de poco más de un año era mucho más atractiva y sonaba mejor, parecía, incluso, tener más sentido: güiguay. Suena a la esencia de un estribillo, a la sazón de una melodía, a dulce ritmo étnico, a lento rasgueo de violín romántico, a éxito pop que perdura en el tiempo. Güiguay, digo para mis adentros y ya me siento contento. Abro más los ojos y percibo que ya estoy dentro del tren, que la niña detonante se ha dormido a mi lado y, enfrente, tengo a su madre sonriendo. Güiguay, le digo, y ella contesta, no entiendo. Y durante el viaje le cuento la historia que tú ya llevas dentro.
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