martes, 3 de abril de 2018

Espiritismo poético

Me reuní con unos versos con alma y cara de poetas. No había un vaso invertido deslizándose por una mesa sino unos dedos acariciando los lomos de ejemplares variopintos en una estantería repleta de la historia de mi vida, de la historia de mis lecturas. Si al pasar las yemas de los dedos, con extremada delicadeza y sutil lentitud, notaba cierta presión del libro por salir de su aposento, paraba mi caricia libresca y, con los ojos cerrados, abría (podría decir al azar, pero sé que no sería cierto) el libro a la vez que los ojos y leía en voz alta. ¡Qué maravilla! Cada verso era el idóneo, el justo y necesario para ese preciso momento, y los versos de un libro conectaban mágicamente con los del otro. Poetas vivos, poetas muertos, daba lo mismo, no importaba, estaban los versos, y en ellos su espíritu, las palabras palpitaban al pronunciarlas y, con cada verso, podía oír sus respiraciones en perfecta armonía: espiritismo poético. No sé cuánto tiempo transcurrió, pero desperté con la mesa revuelta, llena de libros abiertos, al igual que varios botones de la camisa, algunos vasos manoseados, sonrisas flotando. Todo parecía indicar que había ocurrido, que había dejado su huella, impregnado el ambiente, transformado el momento. Nada volvería a ser lo mismo. Espiritismo poético.

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