No es tan difícil acordarse de todo, lo difícil es acordarse de todo a tiempo. Introducir las cosas en los plazos convenientes nunca se me dio bien. Por eso, con cuarenta y seis años, voy a clase de flauta travesera y canto con un coro de niños; soy amo de casa de una familia atípica, mi padre de ochenta y seis años y mi perro de dos. Porque acordarme me acuerdo de todo. A veces recuerdo que tengo que follar, pero no sé cuándo ni con quién, y cuando sé con quien no está o no quiere, y cuando sé cuando, el arroz ya se pasó, no sé si me entiendes. Pero acordarme me acuerdo de todo. Cuando salgo del trabajo me acuerdo de trabajar y, después de comer, cuando ya no estoy en casa, me acuerdo de fregar los platos. Así que al día siguiente me llevo los platos sucios al curro para tener algo de trabajo. Como veis, me organizo bastante bien pero a destiempo. Como algún día moriré, lo quiero tener todo organizado. Por eso duermo en un ataúd y veraneo en el cementerio de al lado, para irme aclimatando (tiene gracia, acli-matando) me voy aquí muriendo, que no me coja nada desprevenido y, como siempre, acordándome de todo.
El otro día iba yo follando y con mis platos en dirección al trabajo y un camión, fuera de plazo, sacado de contexto, en una órbita que, sin duda, no era la suya, se acordó plenamente de mí, de ese chico organizado. Creo que estoy muerto, pero también fuera de plazo, acordándome de todo, tocando la flauta un rato follo solo y luego canto. Y como veo que nada cambia, friego mis platos sucios en el trabajo.
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