miércoles, 23 de diciembre de 2020

Resumiendo

Otro año se acerca a su fin, pero esta vez hay cierta unanimidad: todo el mundo quiere que termine cuanto antes y poco se puede celebrar. Los primeros días del año, cuando se generan ilusiones y futuros sueños cortoplacistas, creía que en verano, cuando llegasen mis vacaciones, iba a realizar un viaje a otro continente para conocer a la persona que cambia el ritmo de mis palpitaciones, soñaba con estar entre sus brazos, con pasear y comer juntos, con hacer de todo y, a la vez, cualquier cosa o nada, simplemente estar a su lado. Pero muy pronto el año alejaría los sueños. Luego, cuando volvieran a acercarse, los haría pedazos. Las ilusiones se perderían por los miles de desagües que ha sembrado el año en todos los corazones. Y, como si fuéramos niños empezando una nueva colección, con un álbum recién estrenado, cambiaríamos cromos, en concreto yo cambiaría el viaje a otro continente por el cromo de poder dar un abrazo o un beso, algunos por tomar un café en compañía, por charlar, por darse palmadas, por intercambiar carcajadas, en definitiva, por cualquier zarandaja. Pero en este año extraño, las zarandajas nos parecen un lujo, lo anteriormente conocido como cotidiano, ahora es algo mágico, casi un milagro, las nuevas ilusiones de este año extraño y raro. Ha sido un año donde he aprendido a amar a distancia, a abrazar con la mirada, a besar con las palabras, porque por muy mal que uno, o todo, esté, siempre se aprende algo.

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