domingo, 18 de diciembre de 2011

Sandunguero

Aún no estamos en invierno, pero como todo el mundo sabe, los trenes se retrasan y el frío se adelanta. Y para vencerlo estoy acurrucado en casa, con un libro en las manos, al que mi hermano llama tocho incomprensible que no sirve ni para calzar mesas, escuchando una música cálida que en realidad no calienta, sino que deleita, pero como hoy en día estamos más que acostumbrados a cambiarle el nombre a todo y nos quedamos tan anchos, me arropo con la canción aunque no sirva de nada. Suena el timbre, abro la puerta y es mi madre muerta. Pero Mamá, esto, no puede ser, qué haces aquí, si tú estás muerta. Hijo mío, que sandunguero eres; déjate de milongas y dame un beso, que sólo he venido a saludarte y a felicitarte las fiestas. Le doy un beso y cuando lo más normal sería que me despertase de un sueño, resulta que no estoy dormido y, claro está, tampoco es mi madre, sino un testigo de Jehová que, como no sabe cuál será mi siguiente reacción, sale corriendo escaleras abajo. Qué sandunguero, pienso. Voy corriendo a la escalera, me asomo por el hueco y grito: Feliz Navidad Mamá. Por si acaso.

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