domingo, 4 de noviembre de 2012

El hallazgo

Estoy leyendo y empiezo a notar ese ronroneo interno desde las profundidades de mi ser, tal vez en el alma, aunque, como la mayoría de cosas y veces, no lo tengo claro. Sigo leyendo aunque he perdido la noción del texto porque mi mente se ha subido a una lanzadera imaginaria y está a un tris de verse abocada a un abismo de diferentes temas que nada tienen que ver con mi lectura. No sé si sigo leyendo, pero creo que todavía tengo el libro abierto en mis manos, y, aunque todavía no lo percibo, tengo la boca ligeramente abierta, como al principio de una sorpresa. Una bruma de imágenes inconexas sale a mi encuentro; creo que estoy pensando en algo, pero no es cierto. Estoy perdido, a un paso de la frontera de lo triste, buscando un camino nuevo, tal vez de evasión, o incluso de retorno, doy un respingo, mi corazón intenta un giro; creo que tengo miedo. Cierro el libro. No sé qué estaba leyendo ni por qué, sólo sé que tengo que hacer algo, pero estoy nervioso porque no sé qué. Durante unos instantes sigo dudando y un calor interno me lleva hasta la ventana. La abro. Vaya ventolera. Varias hojas vuelan a mi alrededor y el libro que leía sin prestar atención parece llamarme, se abre y se cierra, las páginas van y vienen creando un ritmo, generan un ruido familiar que el viento acompaña con su silbido natural. Cierro la ventana. Y me veo reflejado en ella, sonriendo. Creo que he encontrado lo que estaba buscando.

No hay comentarios: