viernes, 12 de abril de 2013

El texto

Durante varios días he estado dándole vueltas a unas ideas que tenía en la recámara de la imaginación. Tengo ganas de escribir un texto digno, con consistencia, esa clase de texto que, cuando pones el punto y final, una explosión interna de satisfacción hace que el placer se desborde por tu cuerpo y una lágrima densa y esencial surca tu mejilla, llega a tus labios y te descubre, por fin, el sabor de la felicidad. Así que medito, pienso en distintas opciones, mascullo principios, me tumbo y observo el infinito de posibilidades que hay pero que aún no logro discernir. Miro el techo, buscando un horizonte imaginario que, de improviso, cae sobre mí, penetrándome, y sí, es ahora cuando lo veo todo claro. Estoy en el interior de mi cuerpo donde una serie de mecanismos anticuados me hacen sonreír. Me deslizo por diferentes capas donde descubro sentimientos, recuerdos, caminos truncados, posibilidades, futuribles, sensaciones, hasta que traspaso una oscura bruma y veo el corazón, mi corazón, ahora enorme, y un montón de letras entrando y saliendo, recorriendo todo el trayecto del interior de mi cuerpo. Donde debería haber sangre sólo veo letras. Me acerco yo o tal vez ellas, no estoy seguro, y ahora puedo distinguir palabras. Me fijo más y veo frases. Las leo. Es un texto. Dentro de mí hay un texto que se expande, que está en movimiento, que me da la vida, que me hace respirar. Soy un texto que pienso, que leo, que escribo. Ahora lo comprendo. Siempre he sido texto. Todo lo que escribo soy yo y, para poder seguir viviendo, tengo que seguir escribiendo. Esa es mi razón de ser puesto que soy un texto. Busco en mi corazón algo bonito que decir y encuentro un te quiero. La mejor manera de terminar un texto.

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