sábado, 13 de abril de 2013

Insólito borborigmo

Aposentado en la tarde de un fructuoso día, decidí, como estaba siendo habitual estos últimos años, dedicar unos minutos, indispensables, me decía a mí mismo, a la meditación. Pero una terca digestión abortó el deseo de escucharme a mí mismo, aunque, bien pensado, tal vez lo acrecentó en demasía. Eructé y puse música mientras buscaba la postura idónea para encajar con la realidad. Se fueron sucediendo las canciones en el orden establecido; era de esperar. Lo extraño fue que terminó el disco pero seguía escuchando música, aunque no le di la importancia debida pues estaba absorbido por cuestiones meditativas. Desde el interior de mi cabeza una voz me decía que prestara atención y eso hice. Escuchaba un ritmo fluctuando en el espacio mientras una melodía angelical se expandía desde todos y cada uno de mis poros. Mi perro comenzó a ladrar. Y lo que en un principio pensé que era una canción extra del disco no era más que un insólito borborigmo.

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