miércoles, 28 de agosto de 2013

Cortinas silenciosas que se corren

Cierta luz mortecina me da la bienvenida. Varias letras se despiertan, se desperezan, me miran y se agrupan, sigilosamente; el tiempo va deprisa y a la vez no pasa, las letras son ya una idea. Sin darme cuenta, ya hay varias que me rodean, pero no parecen alterarme, sólo parpadean, pequeños fogonazos que me sugieren su presencia. Es un ofrecimiento, me dan a escoger. Primero miro asombrado como de la nada ha aparecido este milagro. Ahora me decanto por una que parece brillar más pero, entonces, comienza una lucha. Algunas se difuminan, pero hay dos o tres que tintinean nerviosas, culebrean en el aire como el vuelo de las moscas, un ir y venir zigzagueante que agota. Me concentro. Busco la idea escogida que, ante tanta algarabía, se había escorado un poco, permanecía a la espera, como en letargo, y la agarro y me la coloco como un manto, o una capa tal vez, dejo que me cale, que penetre. Las otras ideas ahora son sólo chispas, luciérnagas saltarinas que juegan al último despiste. La idea toma pena conciencia de mí y yo de ella. Se está bien aquí. La idea y yo somos uno. Oigo música. Creo que viene del exterior. Parece que suena un teléfono a lo lejos. ¿Pero dónde estoy? En mi pensamiento.

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