
Cualquier cosa puede ser interesante, eso depende de cada uno. Y en un acto de humildad en el que apenas me reconozco, bajaré un escalón más, y adoptaré todo aquello que me suene interesante, para moldearlo con mi intelecto, transmitirlo con mis dedos en pleno tecleteo, donde un sonido maquinal se transforma en fenomenal, y ahí es donde lo interesante empieza a sonar, y la música de la comunicación fluye y se expande, generando un baile vital del que todos formamos parte.
domingo, 4 de mayo de 2014
Pero eso no viene al caso
Hoy me desperté escuchando la Danza del sable, de Aram Khachaturian, o tal vez la estaba escuchando en mi último sueño nocturno y, claro, cualquiera no se despierta ante tanto ímpetu y pasión. Pero a lo que íbamos, me desperté sobresaltado, sintiendo que me faltaba algo pero sin saber qué exactamente. Observé mi rostro en el espejo después de haberlo rociado con agua fresca: los ojos semicerrados, con una parte todavía en las Batuecas de Morfeo, y otra en la Babia de siempre, mi Babia querida. Mis labios me sonrieron; qué tonto soy, siempre que me miro me sigo haciendo gracia. Entonces pensé en esa gran cantidad de personas que nada más verme, al primer golpe de vista, ya no me tragan. ¿Qué verán? ¿Será envidia? ¿Pero de qué si no me conocen? Seguí sonriendo. Algo deben ver, algo que les recuerda a ellos mismos, a lo que pudieron ser y nunca llegaron, a lo que son o fueron y no pueden olvidar. Seguí observándome. Bajé la vista y contemplé mi pecho. Aún es joven, me dije, un poco rellenito pero atlético. Ericé mis pezones con las yemas de los dedos. Gotas de agua de mi rostro caían sobre los pelos del pecho, dividiéndose, una parte iba al suelo, y la otra, con ese estilo, y también instinto, de supervivencia, tan propio del agua como de mi abuelo, se agarraba al pelo. Qué tienen estos momentos de felicidad, donde todo se piensa y también se recuerda, donde enfados pasados nos provocan la risa, donde el tiempo se para y luego, cuando se reanuda, nos entra una estúpida prisa, queremos, a toda costa, volver a la rutina, que nos atonten, no pensar, ser infelices o felices de postín como de costumbre, mostrar a todos sonrisas fingidas, provocar una envidia irreal, no sé, qué tienen, de verdad, qué tienen. Seguí sonriendo. Mi mirada resbaló por mi brazo y tropezó con el reloj. La hora sacudió mi cuerpo con fogonazos intermitentes alarmantes, diluyó el ensimismamiento, ya no soy yo, pensé. Llego tarde al trabajo, me dije, pero eso no viene al caso.
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