domingo, 10 de agosto de 2014

El secuestro

Fue sin apenas darme cuenta. Mis ideas se fueron solidificando y mis percepciones, como un niño pequeño y confiado, iban de su mano. Los argumentos razonados que componían las ajenas refutaciones a mis ideas y percepciones producían odio en mi interior, pero utilizaba cualquier cosa, esencialmente autoengaño, para rechazarlos siempre. Como dije, fue sin apenas darme cuenta: la realidad había sido secuestrada. Siempre creí que estas cosas sólo le ocurrían a los gobiernos. A lo mejor se trataba del efecto mimético, de una plaga gubernamental que me estaba afectando, que, en definitiva, nos estaba afectando a todos. La realidad estaba en un zulo recóndito y oscuro. La moda me imponía ropas, acciones, maneras de hablar; la prensa me imponía las conversaciones y generaba mi opinión; la televisión mandaba en mi absurda vida y yo, como todos, la idolatraba, recibía mis dosis diarias de fútbol, comentarios políticos sin sentido, vida social de famosos de turno. Con mis amigos ya no podía hablar de mis lecturas, del último libro leído, porque eso no estaba de moda, por qué no esperas a que hagan la película, me preguntaban, pero si es un libro de filosofía, decía yo, estás anclado en el pasado, si no hacen película es que no es interesante. Así que hablamos de los goles de la semana, de un par de anuncios curiosos de la tele, de su originalidad, y mis amigos se despidieron de mí haciéndoles prometer que no volvería a leer más filosofía. Llegué a casa, fue sin apenas darme cuenta, recogí los libros de la mesa, los guardé en un cajón de trastos viejos que no sé por qué nunca se decide uno a tirar, y encendí la tele.

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