martes, 12 de agosto de 2014

La belleza de lo inexistente

Es tan patente que me ayuda a seguir imaginando el prodigio que se está conformando en mi interior. El amor que concibo es tan grande que nunca ha existido, pero en mi corazón encogido permanece la semilla, que brotar brotará, y brotará maravilla. Dos cosas pueden hacerlo crecer: la no cosa y el no ser. Y aunque ni yo mismo me entienda pronto hallaré la enmienda para hacerme comprender. Mientras tanto, al no existir, es tan bella como el vivir. Todo el amor que concibo no puede vivir conmigo, y de ahí su no existir. ¿Pero acaso por eso voy a dejar de ser feliz? ¿Puede acaso mi rostro olvidarse de sonreír? No, el no existir también me hace feliz, y no por generar esperanza sino por generar más andanzas, por hacerme imaginar, por hacerme soñar un mar de amor, por zambullirme y sentirme mejor. Qué bello es lo inexistente, me hace sentir tan valiente que todo puede suceder. Y si te miro y no estás, qué más das, no te voy a dejar de mirar. Y si sueño que en el vacío te abrazo se llenará de repente el regazo de tu no existir, y, por qué no, por qué no voy a ser feliz. Por qué no disfrutar un instante tan bello donde meso tu cabello y tus poros, uno a uno, beso. Por qué no acariciar tu inexistente piel, tan suave, tersa y dulce como la miel. ¿Y si como decía Calderón la vida es una ilusión? ¿Por qué no disfrutar de lo inexistente si es esa mi elección? A lo bello me encamino si es ese mi destino y el amor que yo profeso también es el que imagino.

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