martes, 8 de diciembre de 2015

Maraña de sospechas

A veces creo que la red me ha atrapado; otras, sin embargo, pienso que no existe. Es algo parecido a lo que me ocurría de pequeño con la tele. Adquiría confianza con ciertos personajes, empatizaba (por cierto, sin saber que lo hacía) e incluso entablaba verdadera amistad con ellos. Imaginaba aventuras, creía ser uno de ellos, tal vez el más valioso, yo era más grande, podía ser su dios y, además, estaba a este lado de la pantalla, así que, aparentemente, era libre. Pero a medida que transcurría el tiempo me di cuenta de que el único atrapado era yo. Dependía de sus andanzas, de sus comentarios, en definitiva, dependía del funcionamiento del aparato. Algo parecido a lo que ahora me ocurre con la red. El aparato es parecido, solo que a la pantalla se le ha añadido un teclado. Supuestamente, además de empatizar o no, también interactúo. Pero a veces, la verdad es que muchas veces, sospecho que no hablo con nadie, que se trata tan solo de un programa informático que me mantiene entretenido. Con el tiempo quise salir de dudas y quedé en la vida tridimensional, mal llamada realidad, con amigos de la red. Fue entonces cuando empecé a dudar más de la realidad de la red. Quedaba con gente pero, por una u otra razón, o no venían o ponían excusas de última hora. Luego ocurrió algo que me hizo sospechar aún más y pensar que todo era una farsa. Veía amigos de la red por la calle pero no me conocían. La tercera dimensión parece que lo cambia todo. Me miraban pero no decían nada. Alguna persona se molestaba ante la insistencia de mi mirada. Ahora, después de unos años navegando (desde una silla) por la red, la maraña de sospechas ha crecido, se ha fusionado, y hay una única y gran sospecha que me ronda: creo que el mundo no existe. Además tengo en mis manos un libro que me lo explica. Aunque tal vez no tenga nada porque eso que llamo yo libro puede que ni siquiera exista. Tal vez el mundo no sea más que una maraña de sospechas flotando en la nada.

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