lunes, 10 de enero de 2022

La soledad que incita al viaje

Siempre es la misma soledad. Mi corazón se aposenta en la silla mientras la música me hace cosquillas. Noto a cien mil seres diminutos recorriendo mi piel y me recuerdan a una de tus caricias. Hace unos instantes estaba leyendo, en casa, con las zapatillas de siempre, sí, esas que tienen la forma exacta de mis pies, solo, con música de fondo. Ahora estoy en pleno viaje, la música me eleva y me lleva como una cinta transportadora. Si miro hacia abajo veo las notas sonando bajo mis pies descalzos y, no sé por qué, me hace gracia. Siempre sonrío al principio de todos mis viajes; es uno de los signos de mi predisposición a la aventura. Una brisa de letras me abanica. No entiendo muy bien qué dicen porque todavía son palabras revueltas, letras en un remolino de sensaciones que hacen que me mueva con un ligero contoneo. Ya he adquirido velocidad de crucero y algunas palabras se recomponen, se acicalan, mesan sus cabellos, recolocan sus bigotes, peinan sus barbas con los dedos de mis pensamientos. Veo dos o tres recuerdos haciendo dedo, les hago un gesto, se acercan y los vivo como si fueran presente. Uno lo conservo idéntico, pero al otro lo modifico como si fuera un texto que corrijo. Así está más bello, pienso. Jugamos a las cartas, también a los chinos, nos contamos anécdotas, hay tiempo para todo, el viaje va a ser largo, dice uno de ellos. Imagino varios destinos, pienso un rato en cuál podría ser el idóneo. No me decido. Llaman a la puerta, suena el teléfono, ladra el perro.

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