En una lucha constante con la naturaleza, el peón de limpieza está situado en una de las zonas de carga y descarga de la selva urbana cuando uno de los animales más fieros y peligrosos aparece en escena: el taxista del Serengueti. Hábil como nadie para cometer la mayor torpeza o situarse en el peor sitio y pedir explicaciones al resto del mundo, subido de tono pero previa bajada de bandera, con el antebrazo izquierdo apoyado en el hueco de la ventanilla bajada y la palma de la mano derecha aparcada en sus huevecillos, que intentan zafarse como pueden, procurando esconderse debajo de su prominente vientre grasiento alcohólico cuando, de pronto, sin previo aviso, lanza una de sus arengas jeroglíficas sin sentido, "tú a lo que estás", sin duda, en busca de enfrentamiento rápido sin ton ni son. En otra época debieron ser los amos de la ciudad y ahora pretenden hacer lo mismo con la selva urbana. ¿Por qué? Porque conducen un taxi. ¿Y eso qué tiene que ver? Nada. Pero para el taxista del Serengueti es mucho y, como he dicho antes, conducen un taxi y ya está. ¿Y ya está? Sí, y punto pelota. "Y tú a lo que estás". Desaparece como ha venido, no sin repartir antes a todos los presentes insultos de su cosecha privada, que nos dejan a todos turbados; a unos más turbados que a otros, todo hay que decirlo. "Y tú a lo que estás, y tú a lo que estás, y tú a lo que estás.
Ytúalo Questás, de profesión taxista.
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