viernes, 27 de diciembre de 2013

Una noche de invierno

Sin saber por qué, me dije a mí mismo: tengo que encontrar la primavera. Tal vez no toda entera, pero me conformo con hallar cachitos sueltos, dispersos por el frío invierno. Y salí a la calle. La ilusión dibujada en mi sonrisa era ya un gran augurio. Caminaba expectante entre una multitud encogida por la falta de grados. Mi corazón ardía, latía deprisa y con furia; en mi corazón, sin duda, era ya verano. Este pensamiento me provocó la risa y, a la vez, otro pensamiento, que fue que las estaciones no están tan separadas como creemos, sino que están entremezcladas. Un coche rojo lleno de mulatos pasó cerca de mí con las ventanillas abiertas por donde salía una música recalcitrante y pegadiza a la vez: era el otoño. Está de paso, echando un vistazo, despidiéndose hasta el año que viene. ¿Y la primavera? Les pregunté antes de que se perdieran en la niebla. Y el copiloto me dijo cantando, busca dentro de ti hermano, tal vez la primavera esté hibernando. En mi corazón no podía estar porque allí era verano. En la calle tampoco, porque allí estaba el invierno helándote las manos. ¿Y si el otoño estuviera equivocado? De repente un niño pasó a mi lado con una flor, o tal vez estuviera yo soñando. Di rienda suelta a la imaginación y la flor del niño se multiplicó como por ensalmo. La noche se fue disipando, y lo que en un principio parecía un balón, se fue agrandando, y era el sol brillando. Entonces comprendí que el otoño tenía razón, que la primavera hibernaba en mi imaginación. Y sonreí como un niño en una noche de invierno, con un corazón de verano, y en las palmas de mis manos vacías seguí con la primavera soñando.

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