La capacidad

Descubrí que la poseía casi sin querer. Llegué tarde al mundo internáutico, tal vez por eso no navego sino que surfeo o danzo. Todo el mundo me daba consejos debido a mi tardanza; era el recién llegado, el inexperto. No te fies, internet miente, hay que ir con mucho ojo, no des mucha información, son beats, son bots, son bats... Todos querían saber más que yo, en realidad así lo creían. Un día dije que me había enamorado. No puede ser, me dijeron, será solo deseo, nadie se puede enamorar de una foto. Nunca se lo he dicho a nadie, pero esos comentarios me hacen cierta gracia. Yo me enamoro de casi todo: de un día, de un instante, de un poema, de medio verso, de un beso imaginado, de una historia que no escribí y ya se me ha olvidado. Me enamoro de personas a través de las redes sociales de la misma forma que si los viera en parques naturales. Eso no es amor, me vuelven a decir los incrédulos. Pero yo tengo la capacidad de amar lo vivo y lo muerto, lo real y lo imaginado, lo digital, lo analógico, lo ilógico, lo absurdo, lo desconocido, lo que está por llegar, lo que aún no ha venido, incluso lo que no tiene sentido, lo distinto, lo parecido, lo raro o lo mismo. El amor no tiene barreras o, mejor dicho, las tiene pero las supera. Y esta capacidad que poseo me hace vivir múltiples vidas, como si estuviera leyendo todo el santo día. La capacidad de amar cada segundo sabiendo que en realidad el tiempo no existe. La capacidad de ser nada y que te guste. Ser mero trámite, un despiste, un leve soplo, un mal chiste. La capacidad de ser todo sólo porque me sonreíste.