
Cualquier cosa puede ser interesante, eso depende de cada uno. Y en un acto de humildad en el que apenas me reconozco, bajaré un escalón más, y adoptaré todo aquello que me suene interesante, para moldearlo con mi intelecto, transmitirlo con mis dedos en pleno tecleteo, donde un sonido maquinal se transforma en fenomenal, y ahí es donde lo interesante empieza a sonar, y la música de la comunicación fluye y se expande, generando un baile vital del que todos formamos parte.
martes, 30 de abril de 2024
El día que me convertí en Señor Nido
Cuando todavía tenía pelo en la cabeza, por lo menos más que ahora, iba a la peluquería a cortarme el pelo. Un día, en concreto el último que fui, me di cuenta de que el peluquero estaba cortándome los pelos de las orejas. En realidad era todavía vello lo que tenía en las orejas porque era más corto y más suave y, en mi caso, además era más rubio y apenas se veía. Según me dijo, ya me lo había hecho varias veces. A partir de entonces empecé a notar que ese vello se endurecía y se transformaba en un pelo grueso y fuerte y también de un color más oscuro. Ya no tenía vello en las orejas sino matojos de pelos descontrolados. Mi hermana me aconsejó que me los quitara con una pinza para que no volvieran a salir, pero seguían saliendo. Fue pasando el tiempo y, un día de mucho viento, en la ciudad donde vivo suele pasar muy a menudo, me cayó un trozo de nido en la cabeza. Vi como dos huevos se estampaban en el suelo. Me quité las pajas y hojas de la cabeza y seguí caminando hacia mi casa. No le di demasiada importancia a este hecho fortuito y continué con mi vida como si nada. El sol salía y se ponía, el patio de mi casa se mojaba como los demás, todas las rutinas y costumbres parecían seguir encauzadas, pero, un día, percibí un crac en el interior de mi oreja. Creí que el sonido venía de fuera, pero luego comprobé que no era así. El día de la ventolera uno de los huevos del nido que se estampó en mi cabeza fue amortiguado por el matojo de pelo de mi oreja y engullido por él. El calor del habitáculo auditivo incubó a la perfección el germen del embrión. El pajarito empezó a piar y, no sé cómo, la madre lo oyó y comenzó a alimentarlo. Se posaba en mi hombro y dejaba trozos de gusanos e insectos en el interior del matojo que desaprecían al instante. Muchas pájaras dejan sus huevos en mí porque se corrió la voz. Si ponen más de cuatro huevos vienen volando a asegurarse que, por lo menos uno de ellos, sobreviva en mi oreja. Y desde entonces soy el Señor Nido.
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