jueves, 9 de mayo de 2013

La magia de la armonía

Desde donde empieza mi memoria hasta hoy, siempre he tenido deseos. Y, desde que empecé a vivir, todos los días han estado llenos de acciones. Pero la frecuencia en que esos deseos han estado en armonía con las acciones ha sido leve. Así que si encuentro un mago escondido dentro de una lámpara maravillosa o de un armario empotrado o, qué se yo, en la cola del paro, o tal vez, todo podría ser, pidiendo limosna en cualquier esquina, cada día menos improbable, por cierto, pues como digo, si me encuentro al pobrecito mago, sólo le solicitaré armonía. Pero no de viva voz, sino con la mirada, con una sonrisa, porque quiero la mágica armonía. Algo en mi interior busca su sitio. Me miro en el espejo y veo una sonrisa. Me enfundo la chaqueta, pongo todos mis deseos en los bolsillos, no son muchos, pero sí los suficientes, y salgo a la calle en busca de acción, no, perdón, en busca de armonía, la acción ya la estoy llevando a cabo. De la puerta de mi casa a la siguiente esquina no hay ni cien metros, ni diez árboles, ni ocho ni seis pobres pidiendo limosna, sino siete. Busco monedas en los bolsillos de los deseos y deseos en los bolsillos de las monedas, lo mezclo todo y, como siempre, me hago un lío, y todo sin dejar de caminar, y me digo a mí mismo que en cuanto consiga sacar unas monedas se las daré al pobre que tenga más cerca. Llego a la esquina, no son ni cien metros, pero es toda una vida, no hay ni diez árboles pero hoy, no sé por qué, veo un bosque de alegría. Es el séptimo pobre. Me mira. Sonrío. Le doy las monedas y recibo la magia de la armonía.

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