Cualquier cosa puede ser interesante, eso depende de cada uno. Y en un acto de humildad en el que apenas me reconozco, bajaré un escalón más, y adoptaré todo aquello que me suene interesante, para moldearlo con mi intelecto, transmitirlo con mis dedos en pleno tecleteo, donde un sonido maquinal se transforma en fenomenal, y ahí es donde lo interesante empieza a sonar, y la música de la comunicación fluye y se expande, generando un baile vital del que todos formamos parte.
domingo, 13 de septiembre de 2020
Fecha de caducidad
Cierto vaho alcohólico tiznaba todas sus palabras, las ideas que contenían, las contradicciones palpables que tanto rechinaban en mis oídos. Luego aparecerían frases hechas, típicas y tópicas, las mismas que aperecen siempre en el discurso de los desmemoriados, en la gente sin argumentos, en esas personas que no quieren descubrir, ni que nadie les descubra, lo que verdaderamente están diciendo. Los optimistas recalcitrantes, los señores de la positividad, gente dispuesta solo a divertirse pero que casi siempre se aburre, han vuelto a invadir la sociedad, sobre todo las redes, en donde, no sé por qué, creen que es más sencillo mentir. Pero al estar la mentira tan normalizada, al habernos acostumbrado a difundir solo positividad edulcorada, sucedáneo de diversión, algunas veces somos conscientes del mar de falsedad donde nadamos y salta una chispa de enfado o de tristeza aburrida que nos aposenta en la realidad que disfrazamos con nuestras vacuas sonrisas de auto retrato. Y esa originalidad prefabricada se diluye en una conversación donde malinterpretamos todo lo que nos dicen porque solo oímos lo que llevamos un tiempo queriendo ocultar. La realidad a veces escuece, claro que sí, pero mucho más cuando no la quieres oír, y más todavía cuando crees oírla en todas las palabras, te digan lo que te digan. El problema del auto engaño, del optimismo perpetuo, de la sonrisa y el divertimento eternos es que tienen fecha de caducidad, y cuando eso ocurre nos estallan en la cara, una verdad a la que no estamos acostumbrados nos abofetea con palabras, con frases que, cualquier otro día, no nos dirían nada.
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