miércoles, 9 de septiembre de 2020

Una tarde

Dimitri se empeñó en desdoblar su sinfónía y mis oídos la reconstruían como un puzzle, durante toda la tarde, con intensidad y calma a la vez. Néstor dormía plácidamente debajo de la mesa, gimoteando en sueños perrunos. Acababa de sorber un mate mientras mis ojos brincaban en las novedades internáuticas. El sol no había aparecido en todo el día; alguien dijo que estaría buceando. De pronto, un amigo, un mensaje. Mi mente salió disparada a su encuentro. Últimamente mis viajes son todos atado a una silla. Recuerdo tardes cuando aún el sol no buceaba, cuando mis piernas libres andaban y los mensajes eran palabras tridimensionadas. Mi amigo me mira con los ojos cerrados, yo lo siento en silencio y las caricias son todas pensadas. Ya tengo media sinfonía construida, media tarde echada, buceo con el sol, y aquí no ha pasado nada. Mientras buceamos oigo sonidos de ballena, pero me acerco y se trata de Néstor: gimotea y yo buceo en su sueño. El sol brilla, abro la boca y trago un poco de agua que resulta ser yerba mate. La última pieza del puzzle estaba en mi mano. Acábalo, me dijo Shostakovich, pero guardé la pieza en el bolsillo donde había una gran nada.

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