viernes, 10 de julio de 2015

La historia que no termina

Si he de ser sincero, tampoco sé cuándo comenzó. No sé si ocurrió el día que abrí el primer libro o cuando me contaron el primer cuento. A lo mejor tampoco fue el primero, ni el quinto, no sé qué es ni qué puesto ocupa, solo sé que un día empecé a vivir en los libros. Por eso la historia que estoy intentando contar no termina, se entrelaza, se van uniendo las aventuras, reales o no, la sabiduría se amplía y, al mismo tiempo, después de leer la última página de un nuevo libro, nos da la sensación de que sabemos poco. Porque un libro te lleva a diez más, como poco, por eso la historia que cuento no termina sino que se expande como el universo. Y no solo me ocurre con los libros, también me sucede lo mismo con las personas, historias vivientes que respiran y laten, historias engarzadas unas a otras, personas como libros abiertos, personas jeroglíficas y misteriosas, personas que dicen no leer pero van de aventura en aventura y cuentan sus historias que yo leo de sus bocas. Y cuando parece que nada acontece, el recuerdo de tu sonrisa cien mil historias evoca, y las mariposas del estómago me hacen recordar, inventar, crear de la nada o de todo una historia que no se agota, una historia como tu rostro, que no me canso de mirar y con mi fantasía rozo levemente esa piel que millones de historias contiene, y con la imaginación beso esos labios que adoro. Y ahí lo tienes, la historia que me domina es la misma historia que no termina.

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