domingo, 13 de enero de 2013

Desear de verdad

¿Por qué no se cumplen los deseos de la gente? Esta pregunta la lancé al aire cuando tenía ocho años y en presencia de un adulto de confianza que me contestó: porque no desean de verdad. Y seguí creciendo, pero no entendía por qué, porque yo deseaba de verdad seguir siendo un niño siempre. Y ahora que parezco un adulto, me doy cuenta de que mi deseo se ha cumplido: sigo siendo un niño. Sigo pensando que en cualquier momento el amor va a llamar a mi puerta. Sigo creyendo que la realidad tiene arreglo, que, con imaginación, se construye un mundo nuevo. Sigo diciendo que las mejores sábanas están hechas de caricias, que el mejor regalo es una buena compañía, que si la vida es música el estribillo tienes que ser tú, mi vida. Sigo soñando con mi madre y mi hermana fallecidas y charlo con ellas todos los días. Y lo mismo me ocurre con las amistades perdidas; para mí siguen aquí, los recuerdos les dan vida. Pienso en mis sueños, en los que tenía, en los que tuve, y todos los que deseé de verdad se cumplieron. Algunos deseos hubiese sido preferible no tenerlos, pero las circunstancias me obligaron a ello. Por eso ahora, si deseo de verdad, me lo pienso primero. Y después, con todas mis fuerzas, me vuelco en ese deseo. Y pienso en un regalo fantástico que, al abrirlo, me inunda de besos, me arropa en la cama, con las sábanas de la mejor calidad, por supuesto, sábanas hechas de caricias de amor verdadero, y sueño con un caramelo, el más delicioso de todos, y me despierto besando tu cuerpo. Y tú y yo somos dos niños jugando a querernos.

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