martes, 29 de enero de 2013

Chifrundi ha muerto

Mi hermano, que entre otras cosa es doctor en medicina, tiene un resorte en el cerebro que se dispara cuando no sabe qué decir o cuando quiere cambiar de tema en medio de una conversación. Y entonces, cuando eso ocurre, es invadido por un espíritu absurdo y no para de decir chifrundi. Lo repite diez o doce veces, las justas y necesarias para hacerte olvidar el asunto que estabas tratando antes de que su cerebro hiciera clic y apareciese en escena el chifrundi clónico que lo habita o posee. Las primeras veces que apareció chifrundi en las conversaciones sólo le hacía gracia a él; a los demás, evidentemente, nos enfadaba esa intromisión chifrundesca porque sí. Pero un día decidí que no fuera así, y opté, hábilmente, por chifrundear con mi hermano. Y, tengo que confesarlo, es bastante divertido. Porque cuando digo chifrundi, al principio, mi hermano se ríe, pero después, cuando quiere continuar la conversación, yo me niego y sigo chifrundeando. Así que gracias a chifrundi, las conversaciones interminables, por fin, y valga la redundancia, han encontrado un final. Pero hoy, un día festivo de un mes anodino cualquiera, de un año en crisis que un andoba estaría dispuesto a olvidar, mientras hojeaba el periódico que nunca hojeo, la atención de mis ojos fue captada por un titular: Chifrundi ha muerto. No me lo podía creer. No su defunción, sino que Chifrundi existiera. Y comencé a leer la noticia. Piotr Ilich Chifrundi, famoso escritor revolucionario ruso que emigró a las costas cántabras en una balsa de neumáticos robados en un mitin navideño de su ciudad natal que jamás podré pronunciar y que, a partir de ahora, denominaré Chifrundiland, y cambió su nombre por el de Paco Pérez al ser perseguido por los servicios secretos de medio mundo y parte del extranjero, muere después de chillar treinta veces seguidas chifrundi. Previamente había bebido tres botellas de orujo sin alcohol, aunque, según dicen él no lo sabía. Sin más dilación marco el número de mi hermano y le cuento la noticia. Chifrundi ha muerto, le digo, lo sé, contesta. Todavía seguimos riéndonos. Descansa en paz Chifrundi, por lo menos hasta la siguiente conversación con mi hermano.

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