miércoles, 17 de julio de 2013

Desde la ventana

El aire estaba impregnado de calor y lleno de gritos de chavales, de pitidos de coche, de acelerones y frenadas, de golpes de pelota sin ningún tipo de ritmo o con una confusión de ellos. La copa del árbol saludaba con un ligero vaivén y un pájaro planeaba intentando romper el bochorno veraniego. El amor estaba en el aire pero desde la ventana no se veía, sólo se le oía sudar. El cielo eructó y, como los niños pequeños después de un biberón, regurgitó algo de comida y la vomitó, dejando grises a las nubes claras. Otro trueno más. El pájaro dejó de planear y cierta zozobra sobrevoló el entorno. La copa del árbol se agitaba sin consideración, parecía borracha. Los chillidos desaparecieron y la pelota dejó de botar. Dos truenos más y las nubes abrieron su puerta. Y, desde la ventana, una cortina de agua me filtraba el paisaje. El olor a mojado entró en casa y me susurró al oído el placer que afuera esperaba, la danza en la lluvia, me dijo, adéntrate en la tormenta, mójate. Salí de casa. La calle solitaria y limpia, la luz húmeda de las farolas sonreía, mi rostro mojado y, en el cielo, el sol guiñando un ojo y jugando con el arcoíris. El amor está en el aire, pensé.

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