miércoles, 13 de septiembre de 2023

La rosaleda

Hay un espacio en el parque grande con diferentes tipos de rosas, ochenta clases diferentes. Me aposento en uno de los bancos de la rosaleda recién descubierta en mi paseo de media tarde. La gente pasa alrededor, andando y con coches de pedales, gritan como si estuvieran solos en el parque, con esa libertad mal entendida que dan los espacios abiertos, chillan porque sí, sin urgencia ni sentido alguno. Pero las rosas tienen un efecto calmante. Los oigo chillar, decir tonterías, pero no pierdo la concentración en la lectura. La rosaleda se anuncia como la vuelta al mundo en ochenta rosas. Parece que las diferentes clases de rosas te llevan en volandas del espacio que habitas, su aroma te mantiene en suspensión, como si salieras de tu cuerpo, sigues oyendo lo que hay alrededor pero te sientes en otra parte. No sé si pierdo el hilo de la lectura o me he zambullido completamente en ella. Un personaje adquiere tu rostro. Aparece entre los rosales, me sonríe, se sienta a mi lado, me besa. Sí, eres tú, amor. Estamos nadando en un párrafo que estoy pensando ahora mismo. Tu mano se cuela por debajo de mi camisa, tus caricias huelen a rosas, y tus besos me transportan a donde debería estar, a tu lado, entre tus brazos. La gente sigue gritando, pero solo oigo música. Un beso tuyo, maravilloso, me devuelve al banco de la rosaleda. Abro los ojos y hay una rosa rozando mis labios.

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