jueves, 6 de marzo de 2025

La despedida

El día ha amanecido nublado. El ambiente entre ellos está relajado pero silencioso. Diez minutos, un cuarto de hora esperando un taxi. A ratos chispea. Bajan en una esquina donde hay un bar de barrio. Entran. Ruido de tazas y platos y conversaciones anodinas de clientes se mezclan creando una bruma laboral de gente que no trabaja un miércoles cualquiera. Los sentimientos están en calma. Uno se va y otro se queda, y la nostalgia comienza a gestarse. Piensan en qué rápido ha pasado el tiempo mientras estaban juntos, en que triste es llegar para no quedarse. Las visitas, los encuentros, son casi siempre una alegría, pero también son llanto que bañan el futuro espanto de la oportunidad perdida, el si hubiera dicho, el si hubiera hecho, el si hubiera puesto mi cara en su pecho. Y ese llanto puede que solo sea interno. La vida nos parece inmensa, infinita, pero no deja de ser una visita, un fin de semana en un planeta capitalista donde, por acuerdo tácito, hay una falsa inmortalidad supurando de las sonrisas. Y aunque duelan las despedidas, siempre son, a la larga, bien recibidas. Por eso las muertes repentinas duelen más, porque no hubo adiós sino un corte, un tajo en la vida, una ruptura repentina. Y aunque en esta despedida hubo lágrimas invisibles, hubo también un amor que brilla, que alumbra mi vida, por siempre y me acompaña en el día a día.

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