sábado, 3 de febrero de 2024

El meollo

Iba caminando sin ninguna pretensión entre las mangas. Me olvidé de la prisa y no parecía tener un destino claro, sólo andaba, lentamente, parándome a veces, muchas, para contemplar nimiedades. Aún no lo sabía, pero me estaba dirigiendo al meollo. Sin saber cómo, era atraído por él. El meollo me buscaba, con sus cantos silenciosos captaba mi atención que yacía medio dormida en el fondo de mi cerebro. En realidad la vida consiste en eso, en ir hacia el meollo, buscar entendimiento, el porqué de las cosas; el sentido, los sinsentidos o el absurdo de la vida. Seguí caminando. El paseo estaba siendo largo, llevaba varias décadas andando y empezaba a notar que el meollo estaba cerca. De niño ya apuntaba maneras. Todos los niños preguntan, sienten curiosidad, pero lo mío era casi enfermizo. Un profesor, en el colegio, me dijo que no podía saberlo todo, que me relajara, y yo le contesté con un por qué que le hizo mover la cabeza de lado a lado, con ese gesto de negación que significa que no hay remedio y que desiste. Esas preguntas infantiles se juntaron en una gran pregunta adulta, en ese para qué estoy aquí, cuál es mi misión, por qué he nacido. No me había dado cuenta, pero el paseo me había llevado fuera de la ciudad. Estaba en medio de un prado, rodeado de flores y, al fondo, vi una silueta. Me dirigí hacia ella. Sentía el meollo, mis palpitaciones se aceleraron un poco. Llegué hasta la silueta que estaba junto a un árbol, de espaldas; puse la mano en su hombro, se giró hacia mí y ahí estaba el meollo, ahí estabas tú, amor mío.

No hay comentarios: