jueves, 1 de febrero de 2024

Mejunje de amor

No sé cómo cayó en mis manos, creo que fue a través de una amiga. Llevas una temporada muy apagado, te hace falta una aventura, pon amor en tu vida, toma. Agarré el mejunje sin mucha convicción, toda hay que decirlo, y me lo guardé en el bolsillo. Por si las moscas, pensé o tal vez sólo fuera un eco lejano de la voz de mi conciencia. Pasaron los días y me había olvidado del mejunje por completo. Estaba trajinando con los libros cuando, sin querer, tiré la chaqueta que tenía apoyada de cualquier manera en una silla. El mejunje salió rodando, dio unas vueltas por el suelo para terminar chocando contra uno de mis pies y, después de dar varias vueltas sobre sí mismo, se paró. Perdí el hilo de lo que estaba haciendo, ya no sabía qué libro estaba buscando, agaché la cabeza y vi el mejunje, parecía que me estaba hablando, úsame, a qué esperas. Y eso hice. Abrí el tarro. Tenía un olor atractivo y embriagador. No sabía exactamente cómo usarlo, así que introduje un dedo e hice unos pequeños círculos en el mejunje para que se quedara la yema de mi dedo índice impregnada. Con el mejunje en el dedo me froté los pezones, el cuello y, cuando el dedo se quedaba limpio, volvía a untarlo en el mejunje. No notaba nada y empecé a desilusionarme. No sé por qué, volví a introducir el dedo en el mejunje y me lo llevé a la boca con intención de probarlo, de apreciar su sabor. Qué maravilla. Tal vez debería haber hecho eso desde el principio. Estaba exquisito. Una energía interior recorría mi cuerpo. Me sentía pletórico. Fui al ordenador, vi tu foto y me enamoré desde el primer momento que te vi.

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