sábado, 20 de enero de 2024

El agujerito

Estaba atrapado. Todo me salía mal últimamente. El trabajo se hacía tedioso, la rutina me abrumaba, pesaba como una losa. Nadie parecía entenderme. Me mantenía en silencio y, cuando hablaba, sólo provocaba risas y ausencias repentinas. Para colmo, en la pared de mi casa había un pequeño agujero que intenté tapar varias veces sin éxito. Me obsesioné con el agujerito. ¿Por qué no se tapaba? Llegué a pensar que había termitas. Después de todos los problemas diarios que se me iban acumulando, al llegar a casa sabía que allí estaba el agujerito. Es verdad que me distraía de mis verdaderos problemas, pero se transformó en una obsesión, en la única obsesión. El agujerito adquirió toda la fuerza problemática de mi vida. No había cosa que me importara más que el agujerito. Colgué un pequeño cuadro en la pared para taparlo y se cayó. Desconozco la causa. El cuadro acabó hecho añicos. Puse otro, pero un extraño viento procedente del interior del agujerito, movía el cuadro provocando un insoportable ruido constante que me perturbaba bastante. No tuve más remedio que quitarlo. Pon un chicle, me dijo la vecina de enfrente. Toma, sacó uno de su bolso y lo cogí. Máscalo y, cuando esté blando, tapas el agujerito. Le hice caso. A mitad de la noche el chicle hacía pompas que estallaban y me desperté sobresaltado. No había forma humana de arreglar el gran problema. Hasta que no arreglara el agujerito no podría arreglar mis otros problemas vitales. Me quedé sentado enfrente del agujerito, encogiéndome ante la vida, mi frustración se hacía grande y yo pequeño. Una luz apareció ante mí. Me había hecho tan pequeño que el agujerito ahora era una salida, mi única salida. Me metí en él, lo atravesé y...se acabaron todos los problemas.

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