lunes, 22 de enero de 2024

La soledad habla

En ella me conozco. Converso sin abrir la boca y me congratulo de viva voz. La soledad y yo somos un equipo. Todo lo que no aprendo en libros me lo enseña ella. Me deshago de la agitación mundana, pongo música de fondo, la soledad me pide clásica y, en medio de dos movimientos, comienzo a escuchar su voz. Los recuerdos del día van pasando, como en un examen de conciencia, y recuerdos más lejanos se van intercalando. La soledad me habla a veces con la voz de otras personas, siempre para dilucidar problemas no resueltos, para terminar conversaciones, para dar las respuestas que no fueron dadas en su momento, porque para la soledad no hay tiempo, y siempre responde, hoy, mañana, o de aquí a tres lustros, se la trae al pairo. Eso me gusta. La soledad habla siempre aunque a veces no la oigamos. Yo ya me he acostumbrado a ella y, si no la oigo, la llamo. No suele tardar en venir y siempre tiene algo que decirme. Muchas veces, después de hablar, bailamos. Es un encanto. No hay nadie que baile mejor que ella; siempre te sigue los pasos. Hay días que se acerca a mi oído y me lo dice todo susurrando y, en esta intimidad más íntima, me alegra la vida, me saca sonrisas cuando debería estar llorando. Cuando la soledad habla hay que estar siempre escuchando.

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