jueves, 10 de octubre de 2024

Epifanía transmutada

Antes de verte comencé a sentirte. Es extraño, me dije, pero así de misterioso es el amor, como una semilla que tiene que romper la capa que la recubre para que podamos ver en el futuro la flor. Tu presencia apareció de a poco. Primero sentí tu presagio, una sensación agradable, una pequeña alegría, tarjeta sentimental de futura visita, anuncio de gran epifanía. Un día vi tu rostro y mi corazón se hincho para repicar en su palpitar, para avisarme de que algo hermoso iba a llegar, que esta cara no era una cara más, que había un alma detrás, un alma amiga que me decía, a su manera, que por fin la vida nos había puesto donde debía. Un chisporroteo interno bullía, un grupo de chiribitas adornaban mi alegría y, después de un leve asombro, una sonrisa se generó en mi rostro: es el alma que esperaba, no hay duda, el alma que ya amaba en otra vida acude otra vez a mí, a su nueva cita. Para el amor no hay imposibles y, aunque estén rotos todos los fusibles, una luz increíble se asoma por donde nadie espera y nos alumbra la vida entera. Luego te conocí y me dije, con total seguridad, sí, aquí he de volcar mi amor, en esta persona flor que el destino trae a mi lado para que la llene de calor, del mejor calor del mundo, del calor del amor. Y mientras te iba amando nos fuimos relacionando. Y el amor se expandió tanto que tuve que crear un mundo para que cupiera tanto. Y ese mundo envuelve nuestras vidas como un gran manto, y diluye las distancias, cruza nuestros caminos, de dos hace un destino, y la semilla de antes del presagio ya ha crecido y habita en mi corazón. Y tiene tu nombre amor mío.

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