viernes, 25 de octubre de 2024

La fisura

Estaba lloviendo mucho, toda la tarde. El invierno se acercaba a zancadas bastante grandes; había dejado atrás al otoño que, absorbido por un profundo pesimismo, se había retirado de la competición estacional. Un estornudo me sacudió y me sacó de mi ensimismamiento. En casa, en pijama, al lado de la ropa recién tendida, sintiendo su humedad, justo al terminar una canción que sonaba en el ordenador, descubro la fisura. Parecía una pequeña sombra producto de la luz, pero, al moverme un poco, me di cuenta de que no era así, no había tal sombra. El mundo se había agrietado produciendo la fisura que contemplaba con cierta pizca de asombro. Me acerqué a ella, tanto que acabé introduciéndome y pasé al otro lado. No sé muy bien si pasé yo o fui engullido; oí un sonido como cuando chupas un caracol que no consigues sacar con un palillo de su cáscara y te lo pones en la boca para absorberlo y glup, pasa por tu garganta a gran velocidad y lo engulles como si nada. Así entré por la fisura. Estaba oscuro y era tanta la tranquilidad que empecé a ponerme nervioso, qué curioso. No veía nada y me quedé quieto. Era como observar una noche sin estrellas. Un sonido percusivo se acercaba desde la lejanía, un palpitar, y la oscuridad iba cogiendo otra tonalidad, como un rumor que da color y luz a la vez. Parecía que había otra persona, una forma humana, un aura tal vez con una luminosidad que me resultaba familiar. Me abrazó y algo sorprendente ocurrió. Era yo mismo abrazándome. Era mi alma, materializada en una bruma viscosa, con mi tacto. La fisura me había llevado a mi interior, había provocado este encuentro inusual. Sentía mi propio calor, mi caricia; nunca me había sentido mejor. Ahora debes irte, me dijo, pero yo le dije no.

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