domingo, 5 de enero de 2025

Queridos reyes magos

Sé que no existís pero hoy quiero tentar a la magia, quiero volver a ser un niño y por eso escribo esta carta. De pequeño os escribí muchas y nunca me hicistéis caso pues todas las comenzaba pidiendo la paz mundial. Mi madre me enseñó que no debía ser egoísta, por eso pedía más cosas para los demás que para mí. Casi nunca llegaba lo que había pedido. Yo no entendía que siempre me trajerais ropa, calcetines, jerséis y, un año, al verme además de confundido, desilusionado, mi madre me dijo que me traíais lo que más necesitaba. Una vez pedí hermanos pequeños y me llegaron dos sobrinos; yo lo achaqué al cúmulo de pedidos que tenéis y, esos pequeños errores, no me importaban, porque, al fin y al cabo, habían llegado cosas similares. Y fui creciendo y seguí creyendo en vosotros. Mi familia no daba crédito a que aún siguiera creyendo en estos cuentos, pero a mis hermanos mayores les iba muy bien porque así podían pedir cosas ellos también. Un día hubo una discusión en el colegio. Unos decían que los reyes eran los padres y yo insistía en que no era cierto. Cuando llegué a casa expliqué lo que había pasado, hablando y dando mis argumentos. Todos me miraron atónitos, no podían creer que yo aún siguiera creyendo, con casi once años, y mi hermana mayor me lo explicó todo. Todo dió un vuelco en mi vida. ¿En cuántas cosas más me habían mentido? ¿Era el niño Jesús otra falacia? ¿Seguro que yo formaba parte de esa familia o me habían secuestrado o adoptado y también me lo ocultaban? La mentira se transformó en algo elástico, se podía estirar en el tiempo todo lo que el mentiroso quisiese. Mi hermana, la pobre, me lo explicó lo mejor que pudo, me habló de la ilusión, de que era muy bonito que yo aún siguiera teniéndola, tan mayor ya, que todos mis hermanos se habían enterado antes que yo. Y ahora que soy bastante mayor, y además republicano, me he decido a escribir solo para deciros una cosa: dejad de lanzar caramelos al aire y entregad a los niños libros en la mano.

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