jueves, 21 de noviembre de 2024

Las personas que fui

Salí del trabajo con cierta prisa. Tenía que hacer la compra para el fin de semana y el cielo se estaba nublando y amenazando con una lluvia. Siempre que va a llover en esta ciudad el viento sopla fuerte y descontrolado. Al salir de la tienda de comestibles con dos bolsas de plástico repletas, el viento comenzó a hacer música con ellas. Me era difícil controlar las bolsas a pesar de su peso porque estaban empezando a tomar vida propia gracias al fuerte viento. Empezó a tronar, el viento paró y cayeron las primeras gotas. Me metí en un bar para protegerme, el más cercano. Había un punki en la puerta fumándose un porro y, justo al lado, un niño con el flequillo rubio intentando sacar unos chicles de bola de una máquina antigua. Recuerdo que me gustaban mucho esos chicles de bolas de colores aunque el sabor se les iba enseguida, la parafernalia de sacarlos de la máquina, la ilusión y la esperanza de que me saliera el color elegido en mi cabeza que, como yo creía, supondría un vuelco en la suerte de mi vida si coincidían los colores, el pensado y el de la bola y, a partir de ahí, todo iría rodado y sería maravilloso. El niño no sacó el color pensado, pero el punki le dió un golpe a la máquina y le salieron tres chicles bola, se le cayó uno, justo del color que ilusionaba al niño, lo supe al ver como lo miraba. Entonces solté las bolsas y cogí el chicle del suelo. Eh, tú, es mío, dijo el punki emporrado, de eso nada, y se lo dí al niño que me regaló una sonrisa de sorpresa. El camarero del bar me guiñó un ojo. ¿No prefieres una caña?, le dije al de la cresta, y asintió con la cabeza. El niño pellizco mi ropa y dió unos tirones y preguntó, ¿cómo supo que era el color que había pensado? Porque todos vosotros sois las personas que fui.

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