jueves, 25 de julio de 2024

El maestro

No era gran cosa: pobre, oscuro, humilde, sin ninguna influencia aparente. Tampoco hablaba mucho de temas serios. Las veces que se le veía hablar más era entre los amigos íntimos y también entre risas, contando chistes y anécdotas divertidas, disfrutando de la alegría de la amistad y agradecido siempre de la compañía de sus amigos. El maestro tenía pocos amigos, pero muchos alumnos y seguidores. Cuando la gente conseguía sus propósitos se olvidaban de él y de sus consejos. Algunos alcanzaban el éxito económico gracias a él y no lo volvían a ver, pero eso no le preocupaba. Lo único que le preocupaba era pasar tiempo con sus amigos y que, esos instantes, fueran felices. Después se retiraba a meditar, a leer, a pensar debajo de una higuera, a acariciar a los perros que le rondaban. La mayoría de sus amigos eran animales: perros, gatos, pájaros, peces y un par de ardillas. Si le acompañabas en sus largos paseos te escuchaba y te regalaba algún consejo. En verano nos bañábamos en el lago y contemplábamos las estrellas. Tengo unos recuerdos maravillosos de esas noches inolvidables. El maestro ya se fue pero permanece en mi cabeza. Fue la primera persona que soltó una carcajada al leer uno de mis cuentos. No entendí de qué se reía, pero puso su mano en mi hombro y me dijo, sigue así. A veces se aparece en mis sueños sonriendo y, cuando eso ocurre, siempre me despierto contento.

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