martes, 10 de septiembre de 2024

Crónica mundopoemática de un amor revolucionario

Todo empezó cuando los ojos de mi madre me sonrieron. Lo recuerdo perfectamente. Tenía unos minutos de vida. Estaba aposentado en sus enormes pechos y me sentía flotar como en una nube, pero mucho más cómodo y con el latir de su corazón acompañándome y el calor de su carne dándome cobijo y abrigo. Muy pronto me enseñó a leer y comprobé que se podían crear otros mundos con voluntad, imaginación y mucho amor. La semilla revolucionaria del amor se estaba abriendo lentamente. A la edad de ocho años ocurrieron muchas cosas. Murió mi primer amigo, escribí mi primer cuento para mi tía que me lo pagó con un arco y unas flechas de juguete, gané un premio de poesía en el colegio y recibí un libro, hice una amiga estupenda en mis vacaciones, me caí en medio de una zarza mientras recogía moras silvestres. Empezaba a vivir intensamente sin apenas darme cuenta. Luego vino una adolescencia problemática, llena de altibajos, con crestas teñidas de rubio, una depresión como una losa rellena de tedio hasta que apareció la filosofía. Vino de la mano de la literatura. Y comencé a devorar libros. Ingerí libros y otras sustancias, y siempre los mundos literarios fueron mejores que los alucinados. El tiempo pasaba, el pelo se caía pero los libros eran interminables. Escribía mal y mucho, aunque yo creía que era bueno y poco. Después empecé a corregir y a perder escritos. Mi corazón no sabía lo que quería, y mi entrepierna tampoco. El trabajo me aposentó en el mundo consumista y su ausencia me hizo perderlo de vista. Amé poco y mal, aunque tuve mucho sexo. Después ame mucho y bien pero no fui correspondido. Pero el amor siempre ha estado conmigo. Y ahora tengo a MundoPoema para que habite la revolución del amor que comenzó cuando los ojos de mi madre me sonrieron.

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