sábado, 28 de septiembre de 2024

Las voces

Oigo voces mudas, que no suenan y ni falta que hace, pero que me incitan a hacer cosas. Justo antes de escribir esta línea oí una voz que me dijo ponte a escribir, deberías escribir algo. Y me pareció razonable, escribir me gusta, así que por qué no iba a hacerlo. Aunque otras veces no le hago caso, hay como una lucha interna, un pero aquí quién manda, la voz o yo, y nos revolcamos por un suelo imaginario, menuda polvareda. La voz tose, yo me río y, al final, no sé por qué, le hago caso y escribo. Otras veces es una voz que me incita a hablar, a actuar, pero surge otra distinta que me dice ni se te ocurra, cállate, no hagas nada. Y luchan entre ellas, y me marean, hacen ruido en mi cabeza, que sí, que no, que caiga un chaparrón, madre mía, y estalla la contradicción. Suelen ser voces sentimentales, que surgen en momentos de deseo, de pasión, cuando creo que amo, cuando sé que estoy amando. Y entre medio de esas dos voces aparece una más sensata, yo la llamo Aristóteles, porque es un término medio, un ni pa'ti ni pa'mí. A veces me dice que hable, otras que calle, unas que actúe, otras que deje fluir. Y todo esto me recuerda a un ventrílocuo muy sui generis, pues no es una persona con muchas voces, sino muchas voces en una persona. Y me siento un poco marioneta, un muñeco articulado movido por voces que son hilos a los que estoy atado. Y da lo mismo que haga caso a la voz como que no. Luego creo que todas estas voces soy yo el que las ha creado, para sentirme mejor, para no ser culpable, pero poder echarle la culpa a la voz que me sedujo, que me llevó por el mal camino, que estropeó mi destino. Finalmente me relajo, las voces se disipan, soy yo, sin duda, el que todo esto lo ha pensado, actuando en mi cerebro, como un niño que está jugando.

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