sábado, 28 de septiembre de 2024

El laberinto

Todo laberinto empezó siendo una línea recta. Las cosas cambian y la propiedad es efímera. El conocimiento va pasando de mano en mano y, como todo, también se va alterando. Todo tiene un límite pero la nada es ilimitada. Pero volvamos al laberinto. Suele ser como nuestra vida. En realidad necesitamos pocas cosas para subsistir: aire, agua y alimento. Pero con el tiempo y algo de vanidad se van acumulando las necesidades. Debido a problemas inventados o reales necesitamos evadirnos de la vida que estamos protagonizando y a la que hemos venido de forma natural y también mágica. Buscamos placeres artificiales para poder obtener los naturales o prolongarlos. Nunca estamos contentos con nada. Y esa línea recta se va torciendo, generando recovecos, protuberancias, idas y venidas, rodeos, repeticiones, callejones sin salida. Y lo que fue un camino recto y sencillo, una vida natural, se transforma en un laberinto, en una cárcel invisible con las rejas mentales, en costumbres malsanas y adictivas, en perdidas de tiempo innumerables basadas en la falsa creencia de la inmortalidad, que tampoco está muy clara pero escondemos a la muerte debajo de la alfombra y así sólo mueren los demás. Y hay múltiples laberintos superpuestos, uno de pasiones, otro de angustias y ansiedades, recuerdos que no dejan vivir, promesas incumplidas y esperanzas fallidas. Y en medio del laberinto una flor, creciendo y pensando que está en el centro del camino, de ese camino recto que perdimos pero con el que soñamos tantas veces. Y esa flor se llama amor. A veces crece sana y fuerte, otras es vapuleada por tempestades, por vientos de ira y sufrimientos evitables. Pero ahí sigue, dispuesta a existir, siendo el meollo del asunto, sí, del asunto que nos ha traído hasta aquí, que es la vida y un camino que se ha embarullado por dejar de oler esa flor, de cuidarla, de darle el mimo que se merece, de aceptar el conocimiento que nos transmite, de transformarnos en esa flor. De ser amor.

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