sábado, 21 de septiembre de 2024

La zozobra

Hay diferentes tipos de zozobra. La mía es sigilosa, de vez en cuando le da un ramalazo, surge de las profundidades y, con un ataque repentino, como la rabieta de un niño mimado, mancha todo lo que toca y la inquietud, como la crema hidratante perfecta, penetra en todos los poros de la vida, y ya nada vuelve a ser lo mismo. La zozobra es como una depresión pero en la cresta de la ola en la tormenta del siglo. Cuando crees que estás en una calma chicha y ya casi la has olvidado, resurge como el ave fénix de los cojones, como el mosquito que dabas por muerto pero acabará picándote. Mi zozobra la alimenta el destino, ese destino ajeno que busca implicarte a toda costa pero solo en el sufrimiento. Cuando hay dicha desaparece el destino ajeno, la dicha es de su propiedad, entonces ya no le interesas, solo quiere inquietarte en el sufrir. En la vida hay personas que ponen cebos, amores y amistades de chichinabo que terminarán siendo el motor principal de la zozobra. Pero a todo se acostumbra uno, resiliencia la llaman, y la ensalzan. Pero igual que te acostumbras pierdes la costumbre. Aunque tal vez cueste un poco más desacostumbrarse, la resiliencia se puede ir al carajo cuando estoy inmerso en una revolución que, como diría aquel, de la misma soy el ajo, y el amor que contengo me transforma convirtiendo la norma en la excepción y la zozobra se apaga y aquí no ha pasado nada.

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