
Cualquier cosa puede ser interesante, eso depende de cada uno. Y en un acto de humildad en el que apenas me reconozco, bajaré un escalón más, y adoptaré todo aquello que me suene interesante, para moldearlo con mi intelecto, transmitirlo con mis dedos en pleno tecleteo, donde un sonido maquinal se transforma en fenomenal, y ahí es donde lo interesante empieza a sonar, y la música de la comunicación fluye y se expande, generando un baile vital del que todos formamos parte.
lunes, 23 de septiembre de 2024
Se comparten silencios
Me fui de vacaciones un ratito, una tarde después de trabajar, un par de horas solamente, pero fueron las mejores vacaciones de mi vida. No estaba en mi mejor momento. Estábamos entrando en el otoño y muchos dicen que eso no ayuda; nunca lo entendí hasta que me ocurrió a mí. Suele pasar. Me sentía solo en el universo, tenía el corazón roto, el alma hecha pedazos, era un puzzle de dos mil quinientas piezas del que había perdido casi dos mil. No me apetecía leer, ni tampoco escribir. Pero tampoco estaba lleno de ira, ni tenía ganas de matar y destruir. Era una especie de tedio moderno, viral, internáutico tal vez. Salí a la calle porque necesitaba comprar no sé qué y me puse a andar. Mi mente estaba en medio de un océano, como un náufrago desesperado o tranquilo, no lo sé seguro, la verdad, que ha decidido hacerse el muerto y se deja llevar por el oleaje. Caminaba sin rumbo y cuando mi mente salió volando de ese océano, me vi en el parque entrando en una zona de puestos callejeros que tenía un cartel en la entrada que decía "Mercado de las oportunidades". Todavía no había mucha gente pero, poco a poco, se estaba llenando. Había colas en puestos de lectura de tarot, de magos cósmicos, brujas con bola de cristal, psicoanalistas kármicos y otras cosas estrafalarias que he olvidado. En uno de los puestos había una persona sentada enfrente de otra silla vacía con un cartel que ponía 'Se comparten silencios'. No había nadie haciendo cola. Poco a poco me fui acercando. Su rostro no llamaba la atención pero, no sé por qué, me atraía. Mis piernas me llevaban hacia allí sin ser yo muy consciente de nada. Me senté en la silla y, al poco rato, de compartir silencio, por lo menos eso creo yo, empecé a sentirme mejor. Luego comencé a llorar, sin decir nada. Cuando terminé, me ofreció un pañuelo. Me limpié y se lo devolví. Me abrazó unos minutos y mi vida se recompuso. Su abrazo, su silencio compartido, me reinició en la vida, en el mundo, en mí mismo.
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