domingo, 22 de septiembre de 2024

Viendo lo invisible

Ocurrió un día cualquiera, mientras no hacía ninguna actividad concreta. Podría estar en Babia o pensando en las Batuecas. Mi mente, relajada, aposentada en el filo del horizonte, caminaba cual funambulista aturullado, que se para con un pie en el aire y, sin querer, debido al estrés o a un milagro de ir por casa, comienza a flotar sin darle la mayor importancia al asunto. Y comencé a ver donde antes nada había. Lo invisible empezó a tomar forma. Los pensamientos, los deseos, los anhelos, imaginaciones truculentas y maravillosas, las segundas intenciones; a veces, incluso las terceras, pues no hay dos sin tres. Mi primera intención fue revelar mi descubrimiento, pero, no sé por qué, me contuve. No me creerán, se reirán de mí; vamos, lo de siempre, dialogaba conmigo mismo. Y mantuve silencio. No voy a decir secreto pues mi rostro revelaba cierto potencial que los demás desconocían. Mi sonrisa me delata en cierto modo. Y cultivé mi nueva visión de lo invisible de la mejor manera posible. Mantenía la mirada con los otros, adivinaba sus intenciones, decía leer en sus ojos. Tal vez fuera cierto. Muy pocos son capaces de sostenerme la mirada cuando se percatan del conocimiento que estoy absorbiendo, cuando descubren que conozco sus secretos. Comprendo que resulta irritante sólo pensarlo. Muchos lo piensan y enseguida se autoengañan diciéndose que es imposible que pueda saber lo que sé, que sólo aparento saberlo. Les asiento con la cabeza entonces, pero saben todos que miento.

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