domingo, 4 de agosto de 2024

Las digresiones

Forman parte mi modo intrínseco de ser. No las puedo evitar, ni quiero. Hubo un tiempo que hasta los manuales de escritura me aconsejaban deshacerme de ellas, pero yo no podía, lo intenté, a veces lo conseguía, pero era como fingir, y ya no era yo. Porque ¿quién habla todo el rato sobre el mismo tema? Mi forma de ser es abordar varias cosas, encontrar conexiones con las palabras, con los gestos, atender a esos pequeños chispazos que ocurren en el interior de mi cabeza. Así que volvía siempre a las digresiones que me recordaban a mi niñez, a cuando saltaba de charco en charco. Primero escogía los pequeños, para no mancharme, pero me iba excitando, y acababa chapoteando en los charcos más grandes mojado hasta los tuétanos. Y esos instantes en que las gotas saltaban a mi alrededor para saludarme, donde los charcos hablaban entre sí y las gotas de lluvia se cruzaban con las de los charcos en un festival visual que adquiría música con cada uno de mis saltos. El agua se transformaba en una orquesta natural donde yo era el director que interpretaba y componía y dirigía al mismo tiempo con cada uno de mis altos estaba eufórico en pleno éxtasis sintiendo la felicidad con cada uno de mis movimientos, apropiándome de la rebeldía del momento, hasta que daba el último salto al ver a un conocido, puede que un vecino observándome atónito e incrédulo, y me recomponía al instante, le daba las buenas tardes y recomponía mi pelo con las manos llenas de barro, sintiéndome tierra, mundo, poema estrafalario.

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