jueves, 12 de agosto de 2010

Sermonear

Dar sermones. Es lo que me ha prohibido mi padre hoy. Pero para él, dar una opinión diferente a la suya es sermonear y, a veces, incluso abrir la boca para articular palabras con cierto sentido también es sermonear. ¿Qué hacer? Me sermoneo yo para mis adentros de una forma interrogativa. Sermón sí, sermón no, sermoneas tú, sermonean ellos, ¿qué problema hay en que sermonee yo? Cuando era pequeño me pasó lo mismo con fumar. Me pescaron un paquete de cigarrillos del pantalón, ni siquiera me vieron fumando, y parecía que se venía el mundo abajo. Mi padre me dio una reprimenda, un sermón mediano y, a mitad de sermón, ya tenía un puro encendido entre sus labios. Entonces vino a mi cabeza otra de las frases paternas, predicar con el ejemplo, y creí no entender absolutamente nada en mi propio idioma. Me sentía japonés. ¿Pero cómo podía tener padres españoles? ¿Y por qué no estaban rasgados mis ojos en vez de mi alma? Y mi sermones cortos, ¿serán haikus? Desisto ahora de pensar y me zambullo en el silencio, en un silencio sermoneador, supongo.