sábado, 27 de septiembre de 2014

Demasiado cerca

Estoy tan cerca de amarte que sólo tienes que cruzarte en mi camino para que con abrazos pueda amarte y hacerte mi más próximo vecino. Pero tal vez estoy demasiado cerca para verte y, a la vez, amo tanto, que estoy más cerca del axioma que de la persona. Aunque si puedo amar, no me importa no poderlo demostrar. Hoy la verdad es indiferente a la gente pero también la gente es indiferente a la verdad. Estoy demasiado cerca de la felicidad, a la distancia mínima de un beso, en el reducido espacio íntimo de un abrazo, cayendo por un abismo donde al final nada es lo mismo pues se haya tu regazo donde caeré rendido para soñar en tus brazos. Demasiado cerca, tan cerca, que cuando pienso contigo, tropiezo con versos de tu cariño y, en el cielo, las nubes sonríen y aplauden como los niños. Demasiado cerca para verte, tan cerca que en mi corazón está tu escondrijo. Y allí guardas tu amor que yo siento como mío.

martes, 23 de septiembre de 2014

Güiguay

Estoy en una estación de trenes, en Madrid, por ejemplo, esperando que me lleven a casa después de unos relajantes días de buena comida, museos y paseos, después de haberme olvidado de ir con prisas, ralentizándome para el mundo, anclándome en el presente y observándolo con la atención que se merece, toda. Mientras leo un libro de entrevistas a escritores adquirido en la pequeña tienda de la Biblioteca Nacional, el detonante de esta historia, una niña de año o año y poco, pasa delante mío absorbida en su propio mundo. Va empujando un carrito de bebé de juguete mientras su abuela intenta inmortalizar el momento con su móvil. Me fijo en la niña y, sin querer, salgo catapultado a mi mundo infantil, y una palabra de mi propia cosecha, inventada más o menos cuando tenía la edad de esa niña detonante, aparece en mi mente en forma de rótulo luminoso de colores y parpadeante: GÜIGUAY. Desde muy pequeño me gustó escuchar música. Mis hermanos mayores tenían dos tocadiscos de maleta que, prácticamente, estaban todo el día enchufados. Son las cosas de ser familia numerosa. Al poco tiempo de cumplir el año, no sé si debido a alguna canción escuchada repetidas veces, mi pequeño cerebro de niño bautizó al tocadiscos como güiguay. Cada vez que quería escuchar música golpeaba con cariño las piernas de mi hermana mayor diciendo güiguay, güiguay. ¿Quieres que ponga música?, decía mi hermana, y yo asentía con la cabeza. A los pocos día del nacimiento de la nueva palabra, nadie en mi familia utilizaba la palabra tocadiscos porque la invención de un niño de poco más de un año era mucho más atractiva y sonaba mejor, parecía, incluso, tener más sentido: güiguay. Suena a la esencia de un estribillo, a la sazón de una melodía, a dulce ritmo étnico, a lento rasgueo de violín romántico, a éxito pop que perdura en el tiempo. Güiguay, digo para mis adentros y ya me siento contento. Abro más los ojos y percibo que ya estoy dentro del tren, que la niña detonante se ha dormido a mi lado y, enfrente, tengo a su madre sonriendo. Güiguay, le digo, y ella contesta, no entiendo. Y durante el viaje le cuento la historia que tú ya llevas dentro.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Volverse anónimo

Uno lo puede conseguir visitando otra ciudad distinta a la que habita. Sentándose en el banco de madera de un paseo ajardinado, viendo pasar caras que nunca antes has visto. Pero, tarde o temprano, aparecen rostros similares a los que pueblan nuestro recuerdo. Vemos parecidos, caricaturescos y razonables; vemos fusiones, un antiguo amigo con las orejas de un vecino, el hermano bastardo de un actor famoso, vemos, incluso, hasta el mismísimo demonio vestido de albañil o de beata. Y uno es tan anónimo que empieza por volverse transparente y, poco a poco, va rozando la invisibilidad. Y cuando alguien, una anciana con bastón en una mano y bolsa de la compra en la otra, por ejemplo, se acerca a ti, te da la espalda y se sienta en tus nalgas, murmurándole al mundo lo mayor que está, es cuando ya puedes asegurar que tu invisibilidad es total. Pero también el tiempo ayuda a volverse uno anónimo, y no tienes porque cambiar de ciudad. E incluso puedes volverte anónimo para ti mismo, ¿pero cómo?, se preguntarán algunos, muy sencillo, cambiando de habitación, de costumbres, y, después de todos estos cambios, si entra en un ascensor y se saluda educadamente a sí mismo al verse reflejado en el espejo, ya puede usted decir que es anónimo para sí mismo.

jueves, 18 de septiembre de 2014

El regalo

El presente es una voz del pasado que rebota una y otra vez; es, también, el amor maternal que anida en el recuerdo, y resurge, cual ave Fénix, en nuestra actitud y en nuestras respuestas. En el presente no hay hechizos del pensamiento, sólo cabe estar atento. Y si el pasado se ha ido y el futuro no existe, ¿qué nos queda amigos? Presente, sólo presente. Pero hay que tener presente que todo lo contiene. En el hilo de la vida, el presente es la tensión que nos sostiene, la sorpresa que deviene, es el llanto curativo y las sonrisas que se ofrecen. El presente es el regalo, es la vida a la que naces, por eso la placenta te envuelve. Tú eres la sorpresa para el mundo y en el silencio está el mensaje más profundo. Por eso escucho el presente con mis ojos mudos.

martes, 16 de septiembre de 2014

Qué gusto

Decir la frase perfecta, sin palabras de más ni de menos, en el momento justo. Qué gusto practicar el silencio y decir mucho más que con un puñado de palabras. Qué gusto saborear ese beso mandado desde la distancia, ser capaz de sentir el abrazo de amigos que nunca has visto. Qué gusto cuando lo que creías extinto vuelve a ti caminando como un niño, cuando una ranura en el tiempo se abre y los recuerdos más entrañables vuelven al presente, cuando, de repente, tu alegría se hace patente, cuando vuelves a sentir la caricia materna perdida, la asombrosa caricia materna que, gracias a esa mágica alquimia, se hace eterna. Qué gusto sentir, estando solo, la compañía de los amigos, los besos de cuando era un niño. Qué gusto vivir, y sentir leves espacios de felicidad. Qué gusto aprovechar el momento y olvidarse de lamentos. Qué gusto tenerte. Qué gusto, cerca o lejos, tu amor me envuelve y me proporciona el gusto que ahora siento.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Cuando mi corazón palpita tu nombre

Mis poros se abren para pronunciarlo. Cuando mi corazón rezuma felicidad, mis caderas dibujan en el aire tus caricias futuras, la brisa trae tus besos y el rocío tu saliva, y si hay algo que todo esto define, es alegría. Camino por la vida a tu encuentro sin saberlo. A lo mejor nunca te he visto, tal vez ni siquiera te conozco, pero cada día, el amor me acerca a ti, puedo saber que te quiero porque te encuentro en el aire, porque te leo entre líneas, porque te vivo en mis rutinas, porque te sueño. Cuando mi corazón palpita tu nombre, veo tu mirada en un rostro, tu sonrisa en otro, oigo tu voz en el viento y, al respirar, percibo tu aliento, siento tu cuerpo tan cerca cuando estoy durmiendo que, cuando despierto, lo sigo sintiendo.