domingo, 21 de octubre de 2018

La revolución de los pequeños detalles

Nos está costando darnos cuenta de que la verdadera revolución comienza en los pequeños detalles. El individualismo capitalista y moderno no nos deja ver las maravillas de la cooperación. Y de esta realidad me di cuenta, en parte, en un teatro. Otra vez la ficción despejándome las dudas reales, me dije. Después de ver un clásico teatral con una puesta en escena actual, un clásico modernizado, traído al presente, comprensible, traducido a las nuevas generaciones tal vez, ocurrió lo de siempre. Cuando abandonaba la sala entre esa masa compacta de espectadores que actúa como un monstruo que necesita expandirse como un pequeño universo desbocado cuando llega a la salida, oí a una mujer entrada en años (aunque a lo mejor eran muchos años y mucho maquillaje disfrazados de mujer) decir que había sido una mierda, que habían destrozado la obra, que si lo llega a saber no viene, que si patatín que si tralará, que lo único que querían los actores era desnudarse, que todo se reducía a tetas y culos... y mientras escupía su discurso, su mirada cuestionó mi sonrisa, sus ojos exigían que la acompañara en su ofensa y, aprovechando que tenía que tomar aire para seguir viviendo y se calló unos segundos, le dije, yo he disfrutado mucho, todavía no sé si me ha gustado, pero valoro todo el trabajo realizado por los actores y todos los que han tenido que ver con la obra y, supongo que, entonces nombré al autor clásico, se sentiría orgulloso de ver los nuevos tratamientos que recibe su obra. La mujer, después de una ligera mueca de asco, con un gesto no torcido sino ya completamente roto, giró su cara con desdén, volteó sus hombros como pasando página, y siguió despotricando en otra dirección. Y, cuando estaba a unos diez metros de mí, no pude evitarlo y le grité, señora, señora, me ha gustado, ahora sé que me ha gustado.