domingo, 22 de enero de 2012

Quiero ver flores

Mi madre estaba en la cama, como siempre; llevaba ahí más de nueve años porque no podía andar, retenida por su artritis y su artrosis y una lesión de rodilla y, tal vez también, por la edad. Entré en su habitación con ganas de alegrarle la vida, como había hecho ella siempre conmigo. Y le pregunté cuál era su mayor deseo. Ella contestó sin dudarlo: Quiero ver flores. Fue el último deseo de mi madre. Ver flores a través de su ventana. Atrapada en su cuerpo, atrapado en su habitación, el infinito en el mundo de mi madre, su vía de escape, era la ventana y, como no, había que añadir algo de colorido. Compré geranios de diferentes colores, aún los tengo, y volvió a aparecer la sonrisa en su rostro a pesar de los dolores que la atosigaban. Y viendo su rostro lleno de felicidad, aprendí en ese instante que lo más importante en la vida es el amor que se infunde en los actos que se realizan, que las cosas más pequeñas, como ver flores, son las maravillas más grandes, que si mi madre era feliz viendo flores yo era más feliz viendo a mi madre ver flores. Y, desde que dejó su cama, desde que dejó la vida, desde que dejó la tierra y el mundo, cada vez que veo flores veo también a mi madre y mi corazón estalla de felicidad; en cada pétalo veo una sonrisa suya, en cada flor siento sus caricias y sus mimos. Por eso tienen esos colores tan vivos, porque mi madre los realza con su alma.
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1 comentario:

marieta dijo...

Me emociona la capacidad de descubrir la alegría en cada una de las situaciones que la vida te plantea. Tus recuerdos son alegres, tus sueños son alegres, tus penas son alegres.
Creo que en lugar de matricularme en el curso de yoga, te leeré a diario.