domingo, 24 de mayo de 2015

Puzle

Abro la caja y la vuelco en la mesa. Un montón de piezas aparecen desordenadas y sin ningún sentido aparente: se trata de mi vida. Cada pieza contiene recuerdos, frustraciones, alegrías, sorpresas, rutinas, todas las esencias y sustancias que componen la gran aventura de vivir. Las palpo y las revuelvo buscando alguna que me sugiera algo familiar y reconocible. Sí, ya sé que se trata del puzle de mi vida, pero es que se cambia tanto, incluso de un día para otro y apenas lo percibimos. Veo una pieza con una bailarina, sé que me suena de algo, la máquina de la memoria se enciende y la bailarina da vueltas, oigo una musiquilla que me subyugó cuando era niño. Mi mente sale volando al pasado y aparece mi madre con una caja de música en sus manos. Una lágrima me devuelve al presente. Sigo montando mi vida, toda hecha piezas, de recuerdos, de sensaciones vividas y perdidas. Veo un rostro dibujado en una pieza y, sin darme cuenta, me la acerco a los labios. De repente siento un beso, cierro los ojos y siento también su tacto, unas manos renacidas me acarician, mi corazón sonríe y sueño despierto con un antiguo abrazo. Voy montando el puzle despacio, reviviendo lo olvidado, encontrándome a mí mismo, descubriéndome en cada pieza, en los sueños realizados, en los caprichos perdidos, en los besos que me han dado, en los que soñé y nunca llegaron. Una pieza y sonrío, otra pieza y llorando. Sigo montando el puzle, las piezas van encajando. Sólo me quedan dos piezas y ahora están en mis manos. En el puzle casi montado veo tu rostro, cariño, y en las piezas de mis manos puedo leer: te amo.

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